Vientos del pueblo

El Centenario de Miguel Hernández (1910-1942) es una oportunidad excelente de comprobar el auténtico contenido de los derechos de autor.

El sentido profundo de una institución jurídica como los derechos de autor no debe buscarse en la ideología que aparentemente lo sustenta, sino en el uso real que se le da. Porque, ¿quién va a oponerse a que el creador sea retribuido socialmente por lo que aporta a la cultura y al entretenimiento? Negarse a ello, además, es condenar al creador a una vergonzosa dependencia de mecenas, protectores, poderosos y burócratas, como ha ocurrido siempre en la historia hasta que por fin, hacia el siglo XIX, se alcanzó la feliz época en la que -dicen- el creador es independiente porque vive de su trabajo.

Ése es el manto, ésa es la apariencia.

¿Es así? ¿Ha sido así? ¿Realmente los derechos de autor sirven para retribuir al creador, para darle independencia y seguridad económica?

El derecho de propiedad es tan antiguo como la humanidad, pero el reconocimiento jurídico de los derechos de autor es muy reciente, apenas tres siglos, y ha evolucionado in crescendo, en paralelo con el desarrollo del mercado para la obra cultural. La primera norma conocida, el Estatuto de la Reina Ana (1710), protegía la obra durante catorce años. Desde entonces, las sucesivas legislaciones anglosajonas y continentales han evolucionado sistemáticamente en el mismo sentido: ampliar la protección.

¿Por qué este paralelismo entre extensión del alcance jurídico y desarrollo capitalista? Porque no puede haber mercado sin mercancía, y no puede haber mercancía sin propiedad privada. Bastaría investigar cada uno de esos pasos jurídicos, y tras cada nueva ley o reforma encontraríamos, sin duda, un caso, un pleito, un conflicto en el ámbito de la comercialización de la obra cultural.

Comercialización, insisto. Que no es lo mismo que creación. Incluso, deberíamos diferenciar entre difusión y comercialización. Porque el primer requisito de una comercialización es la escasez. La comercialización remedia la escasez. Pero también la presupone o la exige. No se vende lo que abunda o sobra. Así que muchas de las normas que han protegido el comercio a lo largo de la historia, lo han hecho generando una escasez artificial.

Disquisiciones, a fin de cuentas. Será el uso que se le da a los derechos de autor lo que nos desvelará el auténtico sentido de esta institución jurídica. Y el Centenario de Miguel Hernández (1910-1942) es una oportunidad excelente de ver en funcionamiento esos derechos de autor.

Miguel Hernández murió en la cárcel de Alicante en 1942. Su obra, prohibida y perseguida. Los ejemplares de su último libro, destruidos por las tropas nacionales con la tinta sin secar en la imprenta de Valencia donde los encontraron. A Miguel Hernández se le negó el primero de los derechos de un autor: la libertad de expresión.

Treinta y cuatro años más tarde, y siete meses después de morir Franco, en mayo de 1976, una cadena, una ola de manifestaciones políticas y actos culturales recorre la geografía alicantina conmemorando el aniversario de su muerte. Fue el Homenaje de los Pueblos de España a Miguel Hernández. Prohibición tras prohibición, el domingo 21 los manifestantes confluyen en Elche, y en sus calles se enfrentan con la fuerza pública. En las calles de Elche luchan los que tienen nombre -Jose Agustín Goitysolo, Elisa Serna, Blas de Otero, Lola Gaos..-y los que no lo tienen, todos unidos para reivindicar la obra silenciada del poeta. Para reivindicar los derechos del autor, que son, en primer lugar y también, los derechos de su público: libertad.

Llegó la democracia. La obra del autor Miguel Hernández se difunde con normalidad.

En 1985, Josefina Manresa, la viuda, hace donación en depósito al Ayuntamiento de Elche de todos los documentos que conserva de Miguel Hernández. Josefina Manresa recibió en contraprestación una pensión vitalicia de 50.000 pesetas mensuales. Trescientos euros. Pero estamos hablando de 1985.

El acuerdo se actualizó y prorrogó hasta 2010, por el estipendio de 108.427,94 euros anuales a percibir por los herederos. Josefina Manresa falleció en 1987.

Durante estos años, sus herederos han cobrado -también, además- los derechos de autor por la obra publicada del poeta. Lo suponemos, por el celo con que vigilan asuntos mucho menores. Para muestra un botón: una biografía del poeta que prepara la editorial Aguilar para principios de 2010, ha tenido que ser expurgada de citas de los versos hernandianos, por las abusivas pretensiones económicas de sus herederos.

Se comprende tanta ansia recaudadora: la obra de Miguel Hernández pasará a dominio público en 2022, al cumplirse los ochenta años de su muerte.

En cuanto al legado documental cuya custodia vence en 2010, los herederos han abierto una subasta. La Biblioteca Nacional ha valorado el conjunto en 2,1 millones de euros. Parece que es lo que suele hacerse: peritaje. ¿Cómo se valora eso?, no lo sabemos. Pero hay peritos.

El Ayuntamiento de Elche ofrece 3 millones de euros, pero a los herederos -a la “familia”- les parece poco. Como referencia, el fondo documental de Vicente Aleixandre, que comprende más de treinta años de trabajo y vida, fue valorado en cinco millones. Los papeles de Miguel Hernández abarcan solo once años. Y desde luego, en esos once años Miguel Hernández pasó menos horas detrás de un escritorio que Vicente Aleixandre en la mitad de tiempo.

El advenimiento del centenario ha dado un vuelta de tuerca suplementaria a este contencioso. Las administraciones públicas que soportan la Fundación Miguel Hernandez (Generalidad, Ayuntamientos de Elche y Orihuela, Instituto Cervantes, Universidades) ven obstaculizadas todas sus iniciativas por la reserva de “la marca” que ha hecho la familia. No pueden ni rotular una camiseta con el nombre de Miguel Hernandez, ahora patentado. El año del Centenario no puede denominarse “de Miguel Hernandez”, y los promotores deben recurrir a perífrasis como “año hernandiano” para bautizar cualquier iniciativa.

La familia ha cedido la gestión y defensa de sus derechos a la Sociedad Centenario Miguel Hernandez Sociedad Limitada. ¿Quiénes gestionan esta sociedad? Empresarios culturales y productores de cine. Empresarios que paralizan las iniciativas públicas que no consideran suficientemente rentables. Sus proyectos, al parecer, incluían una superproducción hollywoodiense con Johnny Depp como protagonista.

El centenario está paralizado. La familia negocia. Los derechos de autor la protegen. Protegen, o hacen posible, el negocio de los empresarios metidos en esa Sociedad Centenario Miguel Hernández S.L.

Es fácil preguntarse, retóricamente, qué pensaría de todo esto el autor de Vientos del pueblo.

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Vientos del pueblo. Así se llamaba la revista de los comunistas valencianos durante los años de Franco. ¿Qué taquillaje puede generar una película en la que Johnny Depp, disfrazado de miliciano, declame estos versos?

Es fácil imaginar a Miguel Hernández más cerca del Tolstoi que se enfrenta a su familia por renunciar a sus derechos de autor, y huye de casa para morir solo y desamparado en el andén de una estación ferroviaria. Tan sólo y desamparado como murió Miguel, en la madrugada de un 28 de marzo de 1942 en la cárcel de Alicante. Tan sólo y desamparado, que lo enterraron con los ojos abiertos porque llegaron tarde para cerrárselos.

Pero Tolstoi era un santo, y Miguel, casi otro tanto. Discutamos los derechos de autor de forma práctica. ¿Para qué sirven o debían servir? ¿No debían beneficiar en primer lugar al autor?

Si Miguel hubiera pillado unos duros, solo unos duros, cuando llegó a Madrid en el amanecer del 2 de diciembre de 1931... Desaforadamente ingenuo, pensaba que bastaba llamar a una puerta y decir “soy poeta” para que se abriera. Largas, vuelva Vd. mañana, cuando no burla cruel. De entre los muchos sitios donde toca, uno es Giménez Caballero, intelectual católico, como católico por entonces tambien lo era Miguel. Giménez Caballero lo tiene a sus pies varias veces, pidiendo, rogando. Le promete publicarle un poema y una entrevista. Selecciona el peor de ellos, uno de sus versos más primerizos -¿con qué intención?-, y en la entrevista que publica, se burla de él. Cuando Giménez Caballero recuerde el episodio, lo haría en estos términos:

“Miguel era un verdadero campesino del Levante español. Hablaba de cabritas, de ovejas, de yerbas, de pastores, de pájaros. Quería colocarse. Yo entonces me dirigí a los camaradas literatos y al Gobierno de intelectuales republicanos en estos términos: -¿No tenéis algún intelectual que esté como una cabra para que lo pastoree este pastor poeta? Pedí para él algún destinejo o algún premio para que el poeta no tuviera que volver con las ovejas gachas a su pueblo”

Miguel volvió con las orejas gachas a su pueblo. Antes, le habían echado de la pensión por no poder pagarla. La posada para indigentes a la que acudió -la Posada del Peine- era tan inmunda, que Miguel prefirió refugiarse en el metro y los puentes de Madrid. Pedigüeñó hasta donde la vergüenza no sabe, y acabó por no atreverse a hacerlo, porque el estado de sus zapatos, de su ropa, de su pelo no le permitía tocar ya ninguna puerta.

Derrotado, vuelve a Orihuela en una larga jornada de tren, entre el 15 y el 19 de mayo. Larga porque a mitad de camino, una pareja de guardias civiles lo baja del tren en Alcázar de San Juan y lo meten en la cárcel por viajar con un billete de caridad expedido a nombre de otra persona. No tenía dinero ni para volver.

¡Qué bien le hubieran venido a Miguel unos adelantos de sus derechos de autor! Si los derechos “de autor” protegen al creador, hay que reconocer que llegan siempre con retraso.

No creo que supiera él entonces, ni después, ni hubiera llegado a saber en toda su vida, cómo se gestionan unos derechos de autor. Quería publicar, llegar con sus versos hasta aquellos que los sabrían apreciar. Y vivir, vivir con lo poco y lo justo que le permitiera seguir escribiendo. Miguel Hernández no hubiera sabido qué hacer con sus derechos de autor. Basta con ver cómo gestionó otros momentos importantes de su vida “en los que había que andar listo”.

Cuando comenzó la guerra, los Alberti, León Felipe, Altolaguirre, Cernuda, Bergamín... formaron la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Ocuparon un palacete en Madrid, el palacio de Heredia-Espínola, en la calle Marqués del Duero, y desde allí, disfrazados con un mono azul recién planchado, excursionaban al frente para dar mítines a las tropas. Entre mitin y mitin, Alberti mismo nos recuerda su quimérica felicidad: “disfrazados con los muchos fantásticos trajes que guardaban los marqueses de Heredia-Espínola en unos viejos armarios arrumbados en el tercer piso. ¿Quien podrá olvidar a Luis Cernuda, vestido de caballero calatravo; al poeta negro Langston Hughes, con traje y colorida capa de rey negro; a Leon Felipe con gorro y uniforme de Gran Duque Nicolás?”

Miguel, mientras tanto, había desaparecido. Al cabo de los meses, cuando sus compañeros intelectuales de generación volvieron a saber de él, estaba de zapador en el Quinto Regimiento. Se había alistado voluntario, como muchos y muchos hicieron anónimamente en esos días. Vientos del pueblo.

Un día Miguel llegó al palacete de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y encontró los preparativos para un banquete: manteles, mesas, alimentos. Alberti mismo lo cuenta: Miguel le dijo “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. Y por si no quedaba claro que lo había dicho -le desafiaron a repetirlo-, lo escribió en una pizarra: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta. Maria Teresa León, que era la puta aludida porque era la que había organizado la fiesta, lo tiró al suelo de un bofetón.

Y al acabar la guerra, como siempre, Miguel está en el coche equivocado, en el camino equivocado, en la dirección equivocada. Todos los intelectuales de aquella Alianza Antifascista emprendieron el camino del exilio y se ganaron la vida más o menos bien o peor en aquellos tiempos revueltos. Miguel, casado con una mujer del pueblo, vuelve al pueblo, y encuentra la muerte entre los enemigos del pueblo.

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan. .

¿Alguien duda que Miguel hubiera estado del lado de Tolstoi en lo que a derechos de autor se refiere? ¿Y Tolstoi en el lado de Miguel?

Caso práctico para juristas impertinentes: ¿A quien benefician esos derechos de autor sino a sus nietos y, sobre todo, a una cuadrilla de empresarios culturales que solo pueden colocar producto en el mercado cuando tienen mercancía exclusiva que vender?

Los derechos de autor son una institución jurídica desarrollada para la comercialización de las obras culturales. Los defensores de esta institución pretenden hacer pasar la comercialización por difusión, y contrabandear su interés de lucro privado como genuino interés público. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas (internet) va a hacer saltar por los aires este “modo de producción”. Nadie nos va a vender más botellas de oxígeno para respirar. El aire es gratis.

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Jose Luis Ferris (2004). Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Madrid: Temas de Hoy.







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