En el Centenario de Tolstoi: un escritor contra la realidad



Este año se cumple el centenario de la muerte de Tolstoi (1828-1910). Un escritor que figura siempre como uno de los más grandes en cualquier canon literario.

Y sin embargo, Tolstoi no era ningún artífice de la palabra, ni un arquitecto de la novela, ni destacó por innovar en ningún aspecto formal. Parece un escritor normalito, aseado, que “pasa bien” cuando se lee. En absoluto innovador: su Ana Karenina está escrita veinte años después que la Madame Bovary de Flaubert, con la que se compara; Guerra y Paz tiene antecedentes en Balzac (retrato amplio de una sociedad) o en Victor Hugo o Stendhal, por lo que a literatura “militar” se refiere. Si algo llama la atención es su amplio aliento: decir Tolstoi es traer la imagen de un denso volumen. Y ello a pesar de que Tolstoi no fue un escritor tan prolífico como hubiera podido llegar a ser de haberse dedicado "full time" a la literatura como sus contemporáneos franceses. Tolstoi fue reformador social, pedagogo, apóstol de la no violencia. Todos estos empeños compitieron en su vida con la literatura, cuando no, en algún momento, se opusieron a ella directamente, en lo que tenía de vanidad y “derechos de autor”.

Se le puede etiquetar de escritor realista, pero eso no dice mucho de él. Que fue un escritor sumamente habilidoso al construir las escenas, los personajes, al retratar la vida... Sí, todo eso es cierto, pero… ¿es eso todo? ¿Es que no hay mil y un escritores y no escritores con un instinto natural para la mímesis? En todo caso, esa capacidad suya para reproducir la realidad de una sociedad tan distante de la nuestra como es la rusa del siglo XIX, solo puede volverse en su contra, como saben de sobra sus lectores, que se tienen que pelear por igual con los patronímicos eslavos o con las extrañas costumbres de la nobleza rusa, que “recibe” los miércoles o habla en francés delante de los criados.

Si quisiéramos señalar con el dedo el rasgo de Tolstoi que lo hace único y superior a todos los escritores de su siglo, deberíamos citar aquello que según Vargas Llosa distingue a un novelista, porque él lo tuvo en mayor medida que ninguno.

Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente. El novelista que no escribe sobre aquello que en su fuero recóndito lo estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal novelista.

Nadie mejor que Tolstoi para mostrar este perfil.

Es conocido que Tolstoi llevó una vida muy alegre en su juventud. El mismo se retrata como ocioso, disoluto, jugador, bebedor y mujeriego. Su juventud libertina dio paso súbitamente, como en San Agustín o Francisco de Asís, a una gran exigencia moral, que se acrecienta hasta el exceso y la desmesura en su vejez.

Durante toda su vida Tolstoi osciló entre encauzar sus inquietudes a través de la acción o mediante la escritura. Predominó esta última en el grado suficiente para que nos dejara la obra que ha llegado hasta nosotros. Pudo ser más, pero pudo haber sido mucho menos. Tolstoi pudo haber sido político, reformador social, pedagogo, líder religioso. Lo fue, en cierto modo, y aún así ninguna de esas facetas, más la de marido y padre, bastó para canalizar su descontento y su inquietud. Por eso nació el Tolstoi escritor.

En sus obras, Tolstoi escudriña la vida con los ojos de un médico del alma. Su capacidad de retratarnos a un señor, a un lacayo, a una mujer soltera o casada, a un campesino, nace del escrutinio moral. Sus vidas, las vidas que retrata, tienen sentido o intención siempre, y siempre desde una perspectiva moral profundamente humanista. Su sentido de la rectitud y del bien y del mal no nace de la Autoridad o la Ley, sino del amor al prójimo, de la empatía.

No se trata de un moralismo farisaico, escupido hacia fuera y autocomplaciente consigo mismo. Si hubiera sido así, todo ese caparazón ideológico sólo hubiera servido para taparle y disfrazarle la realidad. Por el contrario, su moralismo es acicate y bisturí de que se vale para desnudar al mundo de sus pompas, al soberbio de su vanidad, al egoísta de su mezquindad, así como para construir tramas e historias de permanente interés humano. El impulso de su escritura eran los retortijones de su conciencia, el escrutinio al que sometía todas las facetas de su propia vida y de las ajenas. El mejor escritor realista era un hombre profundamente descontento de la realidad. Y en primer lugar, consigo mismo.


http://www.librosgratisweb.com/autores/tolstoi-leon.html

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/tolstoi/lt.htm

1 comentarios:

Fernando de Soto dijo...

Hola, publiqué una entrada con motivo del centenario de la muerte Tolstoi en la que sostengo justo lo contrario que usted. Si quiere ojearla, podríamos suscitar un debate. Saludos.
http://elucubracionesbastardas.blogspot.com/

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