El paralelismo entre Tolstoi y Lessing resulta más sorprendente si se hace notar todo lo que los separa. Tolstoi, nacido en 1828, murió en 1910, 1828-1910. Lessing, nacida en 1919, aún vive. Hay un siglo entre ellos. Tolstoi era un noble ruso, terrateniente, cristiano ortodoxo, cuya concepción de la mujer (Ana Karenina, Sonata Kreutzer) se alimenta de una sociedad, de una cultura, en las antípodas de Doris Lessing, cuyo Cuaderno Dorado es imprescindible para entender el movimiento de liberación de la mujer en la segunda mitad del siglo XX.
Y sin embargo, ¡son tan parecidos!
A nivel formal, los dos subordinan la técnica a las necesidades narrativas. La literatura no es para ninguno de los dos un artificio, un deleite estético, sino un microscopio con el que explorar y un bisturí con el que operar en la condición humana. Es enormemente significativo que, con todo lo que los separa, sus temas, tramas y personajes tengan tanto en común. Entre otras cosas, una clara voluntad de remover las conciencias de sus lectores.
La muerte de Ivan Ilich es, en corto, la obra maestra de Tolstoi. Un relato que contrapone de manera sencilla, pero magistral, la vacuidad de las ambiciones humanas al hecho inapelable de la agonía y la muerte. No ha sido llevada al cine por nuestra industria cultural, como los amores de Ana Karenina o el grandioso mural histórico de Guerra y Paz. La angustia ante el vacío de la muerte no es un tema para vender
Con Diario de una buena vecina Doris Lessing quiso gastar una broma a la industria: la envió a diversas editoriales como si fuera de una escritora novel, y todas la rechazaron. Solo un agente literario, que conocía muy bien a Lessing, la descubrió disfrazada detrás de su obra. Esta anécdota se cuenta para ilustrar las dificultades de un escritor novel para publicar hoy en dia.
Y sin embargo, esta novela es de muy difícil venta, más allá de su autoría. La protagonista narradora, una directora de una revista femenina que vende glamour, después de pasar anestesiada por la muerte de su marido y de su madre, tal como corresponde a su estatus y a los tiempos modenos, se ve enfrentada por una peripecia vital a compartir la sordidez de una anciana, su vejez quejumbrosa y el derrumbe de la soledad y de la muerte. Al igual que Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich, la narradora construye una trama que contrapone constantemente el glamour con el que la industria del ocio y la diversión entretiene nuestros ojos, con la realidad biológica e inapelable de la vejez y la muerte.
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