Alma negra 1 (El libro del Buen Autor III)

(continuación de Alma de Negro)

El encargo me llegó de rebote. Jaume, siempre Jaume, me llamó a deshora.
– Dime… –con el saludo se me escapó un boste-zo
– Jimena, guapa, soy yo, ¿te pillo durmiendo?
Le mentí, como siempre:
– No, no. Aún no. Dime.
– Oye, perdona la hora pero necesito que me hagas un último favor. Cosa de trabajo no pienses mal. Necesito que te encargues de un dossier. Nada, es cosa sencilla, pero estamos hasta arriba. ¿Tú puedes, no? – el cabrón bien sabía que sí.
– Pues no sé, tendría que mirar, ¿por qué no me llamas mañana a una hora decente?
– Necesito saberlo ya, tengo que colocarlo esta noche, es sencillo pero tiene que resolverse rápido.
– Vale, tráemelo mañana y hablamos.
– Yo no podré ir –por supuesto, querido–, te lo entregará Carlos, ¿vale?
– Como quieras – siempre como tú quieras.
– Ok, pues mañana a primera hora, te dejo que duermas.
Colgó antes de que pudiera decir adiós.

Carlos llegó a las nueve, con su mirada avergon-zada y su pose de eterna disculpa. En realidad poco tenía que reprocharle, al fin y al cabo Jaume y él eran amigos mucho antes de que yo entrara en escena. Pude oír sus músculos relajarse en cuanto le hice ver que la conversación sería estrictamente profesional.
Un encargo sencillo, el típico perfil de un perso-naje público, en este caso el último escritor de moda, un tal Cándido Alguersuari. No figuraban datos del cliente, pero era fácil suponer que sería la propia editorial la que querría conocer a fondo más de su chico, no les fuera a salir rana. El expediente que repasé mientras Carlos me lo resumía no aportaba demasiado. Al parecer el tipo trabajó en el depar-tamento financiero de una de las empresas del grupo, colocó sus novelas en las bandejas de entrada apropiadas y se acopló a una de las plantas nobles. Tres novelas brillantes, la última premiada, ¡oh casualidad!, por su propia editorial, y una cuarta al parecer decepcionante en lo literario aunque manteniendo el nivel de ventas. La cosa se puso atrac-tiva. Carlos hizo una pausa y añadió que con apenas unas páginas emborronadas del quinto trabajo el tipo se esfuma sin dejar rastro. Tenía, pues, que recopilar información sobre el escritor y tal vez encontrar así alguna pista de su posible paradero.
Cuando terminó, Carlos forzó una sonrisa y se apresuró a levantarse. La culpa volvió a sus ojos. Se despidió alzando la mano derecha e indicándome con la izquierda que no me levantara y se marchó.

Llamé a Marita. Sólo tuve que darle el nombre y la consigna search para ponerla en marcha. Todo lo que hubiera de Cándido Alguersuari en la red descansaría sobre mi escritorio por la tarde. Tampoco esperaba mucho más del escaso material que Jaume me hizo llegar a través de Carlos. Vida pública, reseñas de sus novelas, recortes de prensa con algunos de sus artículos en semanarios y suplementos culturales, extractos de entrevistas en revistas afines al grupo, nada relevante en lo que aportaban. No tanto en lo que ocultaban: datos biográficos. Apenas había menciones a un, por otro lado típico, escozor literario durante la adolescencia. Estudiante mediocre, sin mencionar dónde. Abandono de las letras para dedicarse a los números, diplomándose en económicas de nuevo sin citar en qué universidad, a los que tam-poco fue muy fiel ya que nunca se licenció. Había un salto de varios años y luego aparecía como comercial de medio pelo, vendiendo espacios publicitarios del diario Avui, de ahí recorre varias empresas dentro del grupo Planeta: un breve periodo como controller interno en CEAC y después, sin dejar el área de formación, en Ediciones Deusto, da el salto al mundo de los coleccionables como marketing assistant de Altaya, para después volver a dar un giro a su carrera integrándose en el equipo financiero de Booket y sigue moviéndose, ya siempre en el mismo ámbito, por otras editoriales como Zenith, Minotauro y finalmente Seix Barral, curiosamente siempre del mismo grupo editorial. Cuando está a punto de coro-nar su meteórica carrera con un puesto de director financiero en una editorial menor, el Cándido escritor nace al mundo: la casa le publica “Volcanes de hielo”.
Poco revuelo con su primera obra, pero el sufi-ciente para sacar un año después “La granja del círculo polar” con la que cuelga las hojas de cálculo definiti-vamente y se prepara para la vida del escritor de éxito que será tras recibir el premio Biblioteca Breve, que en realidad no recogió al encontrarse aún convaleciente de una neumonía, por “La velocidad de los sueños” que aparecerá anunciada en medios propios y ajenos como novela revelación. Cándido ya era habitual de suple-mentos literarios y se apunta al carro de las entrevis-tas, aunque siempre por correspondencia si eran para medios escritos o por teléfono cuando fueron para la radio, nunca se deja ver por televisión. Onda Cero le ficha para una tertulia semanal a la que siempre entra vía móvil. Termina participando diariamente en un programa de tarde, donde la pregunta ¿dónde se encuentra hoy Cándido? terminó por convertirse en un running gag, que daba juego a ciertas porras entre los demás contertulios.
Y nada más.
Dos cosas me quedaron claras: que debió ganar bastante dinero y que no debía tener mucho tiempo para escribir. No es de extrañar que su cuarta novela fuera menos brillante, según las críticas menos hirien-tes. Tanta actividad pública parecía haber empapado de trivialidad la pluma de Alguersuari. Pero, de todos modos, a pesar del frenesí mediático, el escritor dis-ponía ahora de mucho más tiempo que cuando ejercía en la oficina, donde el horario, que en ningún caso fue de las firmadas ocho horas, crecía en proporción al sueldo.
Tal vez la ociosidad mató al genio, o tal vez nunca lo fue. La idea de un negro me estalló ante la cara. Un segundo escritor, en realidad el único, artífice de las tres primeras novelas que al experto vendedor no le costaría hacer llegar a las manos adecuadas. Seguramente el verdadero autor fuera de los que rehúyen el foco, no le importaría que el comercial ocupara su puesto, suponiendo un éxito relativo. Pero de “La velocidad de los sueños” se habló mucho y de la nueva joven promesa también. Hablar de un libro es venderlo y éste agotó rápidamente varias ediciones. Es más, caí en que yo misma tenía una copia de bolsillo, que de todos modos no había leído, en algún sitio. El dinero sería, como siempre, el principio del fin. El negro pediría más pedazo del pastel, Alguersuari se lo negaría endiosado y ahí terminó su relación. El fracaso de crítica de la cuarta novela debió abrir los ojos a Cándido y motivar su desaparición.
Caso resuelto, así de sencillo. Supuse que la ver-sión del negro era la que preocupaba a los editores. Tendría que intentar verificarla o asegurarme de que nadie más podría hacerlo. Me tomé el resto de la ma-ñana libre, cuando Marita llegara ya nos preocuparía-mos de encontrar al verdadero escritor.
Llamé a Jaume. No cogió el teléfono. A los cinco minutos volví a llamarle. Nada. Tampoco con el fijo hubo suerte. Debía estar realmente ocupado. Carlos sí me atendió. Fui breve, sólo quería ponerle al día.

Marita llegó pasadas las cinco. La cafetera ya es-taba lista. Dejó el portátil y mientras arrancaba me contó.
– Nada, el tipo es un bluff.
– ¿Un bluff?
– Sí, un invento, una burbuja. No existe ningún Cándido Alguersuari escritor. Aparte de la informa-ción oficial y pública no hay nadie con ese nombre que se dedique a escribir.
– Bueno, simplemente no estará en internet, ¿no?
– Jimena: todos estamos en internet.
– Vale, vale ¿qué tienes?
– Nada, los artículos y reseñas oficiales, algunos programas de radio grabados por fans, muchas men-ciones en foros y blogs, redes sociales y toda esa mier-da, pero nada tangible. Ni una entrada en una lista pública en las que aparece cualquiera, como listas de notas en universidades o listas de socios de cualquier tipo de club, lo que sea. Ni siquiera figura ninguna publicación no oficial. Y es raro. Pon tu nombre en Google y te encontrarás en sitios donde ni sospechabas que pudieras estar. Y, ya te digo, yo no busco por ahí, precisamente.
– ¿Entonces?
– Es un pseudónimo. No podemos sacar más de lo que tenemos sin el nombre real del tipo.
– ¿Y no has conseguido encontrarlo?
– No, joder. Y no sabes lo que me cabrea.
– Bueno llamaré a Jaume y…
– ¿Jaume?
– Sí, él me pasó el caso, no pienses mal.
– Ya sabes que yo no pienso.
La lista de enlaces de Marita llevaba a más de lo mismo. En una carpeta aparte había organizado las pistas de otros Cándidos Alguersuari que había ido encontrando, curiosamente un buen puñado, y descar-tado. De los que superaban los veinticinco, ninguno estudió económicas o empresariales, ni ninguna carre-ra afín a las letras, ninguno tenía nada que ver con ninguna empresa del grupo Planeta, ninguno tenía pinta de ser nuestro escritor. Estábamos en un punto muerto. Llamé a Jaume, Carlos atendió. Le dije que la broma del pseudónimo no tenía gracia. Pude imaginar su cara entre perpleja y resignada cuando me aseguró que no tenía ni idea de que faltara es dato, que entend-ía crucial. Le exigí una cita con el cliente y colgué sin más.


(continúa en Alma negra 2)


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