Alma negra 6 (El libro del Buen Autor III)

(continuación de Alma negra 5)

Marita acabó con la batería del portátil en lo volvíamos al hotel, no le dio tiempo a encontrar nada. La ávida fotógrafa conducía con la mirada atenta al infinito, y un cigarrillo asomado por la ventanilla abierta. Ninguna dijo nada hasta que nos reunimos con Carlos en la cafetería del hotel. Lluis, el editor, estaba esperándonos también. Casandra me dejó a mí los honores de hacer un rápido resumen mientras nos servían.
– ¿Entonces es o no es él? –dijo Lluis.
– Nada indica que lo sea –tuve que reconocer.
– Bueno, aún tengo que echar un ojo a lo que haya aquí dentro –Marita levantó el portátil como un trofeo.
– No encontrarás nada –Casandra encendió otro cigarro– Como mucho, material de trabajo acumulado a lo largo de los años, pero nada literario que pueda relacionarlo con Alguersuari, si acaso algo de la última novela, pero lo dudo.
– Por bien que lo haya borrado seguro que en-cuentro algo, este es el portátil donde escribía en la pensión de Gavá ¿no? Algo tiene que haber, nadie es tan bueno que no deje algún rastro, porque me diréis vosotras que no creéis que él sea él. Todo encaja, las horas extra en casa las dedicaría a escribir, durante los viajes de negocio seguramente visitaba su refugio en la pensión de Marés ¿Y qué habría de hacer allí sino escribir?
– Sí, yo también creo que es posible que sea él –dije– pero ¿qué probabilidades tenemos de estar tra-tando con un economista, literato, con habilidades informáticas y además buen actor? Porque la actuación de hoy, de ser una farsa, ha sido espectacular.
– No, no ha sido una farsa, todo lo que nos han contado es cierto –sentenció Casandra.
– Perdona la pregunta, y por favor no te lo to-mes como un ataque –Carlos siempre tan diplomático–, pero ¿cómo lo sabes?
– Es mi parte de mi trabajo.
– ¿A saber? –no me resistí a agregar un gesto aburrido.
– Soy psicóloga clínica. He estudiado a Cándido Alguersuari desde que Lluis me comentó el caso, la desaparición de Bruno y los rumores que ya corrían por internet de que un posible negro estuviera detrás de las primeras obras de Cándido. Me leí las novelas, las tres primeras las devoré prácticamente, no me fue difícil crear un perfil del autor, un tic profesional odio-so la verdad. Sólo necesité leer un par de páginas del cuarto libro para saber que había sido escrito por otra persona.
– Sí, eso consta en el informe que os entregamos –confirmó Carlos
– Y en los foros sobre Cándido es también algo más que discutido –agregó Marita–, claro ahí los fans defienden el cambio de estilo como algo premeditado del autor.
– Y sin embargo cualquiera puede ver que hay más que un mero cambio de estilo. La personalidad subyacente en el, digamos, ciclo ártico no tienen nada que ver con el pedante, impostado Cándido Alguersuari final –dio una profunda calada–. Con todo y con esto, ciertos detalles ligan íntimamente ambos autores, una impronta que un imitador por bueno que fuera difícilmente conseguiría reflejar.
– ¿Cómo por ejemplo con las citas que recitaste? Porque eran eso las frases sin venir mucho a cuento que soltaste en casa de Bruno, ¿verdad? –Marita le cogió un cigarro, yo la fulminé con la mirada y me sacó la lengua.
– Sí, lo eran. Quería ver si las reconocía, si reac-cionaba de algún modo especial, pero no lo hizo, real-mente era como si no las hubiera escuchado nunca –Casandra le dio fuego– Pero a lo que iba. No se trata de lo literal del texto, más bien de lo que se evita.
– Sí, como en aquella película, ¿cómo era?, bueno da igual donde un tipo abrazaba a todo el mundo menos a la mujer de la que estaba enamorado para que no se le notara.
– Y lo hacía así más evidente –dijo Carlos para sí.
– Exacto, un imitador no evitaría ciertas pautas, uno malo las exageraría, uno bueno les daría un giro para que, aún no pareciéndolo se reconocieran. Pero ciertos rasgos íntimos de los primeros libros desapare-cen radicalmente en el último. Claro, son aspectos poco literales que incluso pueden llegar a pasar desapercibidos, pero que me dieron que pensar realmente estos textos estaban escritos por la misma persona y a la vez por personas distintas.
– ¿Cómo? –pregunté
– Se me ocurrió que Bruno Delgado podía sufrir un trastorno de identidad disociativa.
– ¿Personalidad múltiple?
– Hay realmente muy pocos casos documenta-dos, pero sí, podría ser la respuesta.
– ¿Pero cómo, se inventó su propio negro?
– Algo así. Por lo que sabemos de la vida de Bruno no debió pasarlo muy bien, en su obra el senti-miento soledad se respira en cada párrafo, el desampa-ro le va de la mano en un mundo vasto y duro. Los paisajes nórdicos no son más que una metáfora de su historia emocional, probablemente acudió a ellos tras la marcha de Berta, seguramente estuvo preparando un viaje de reencuentro con ella que tuvo que dejar de lado cuando su familia le necesitó. Creo que fue entonces cuando escribió las novelas, o al menos el cuerpo principal de las mismas, fue la válvula de escape que encontró. Con una doble función, ayudarle a sacar toda la frustración acumulada y además devolverle a la época en la que fue feliz con Berta, cumpliendo así unos sueños que sabía truncados para siempre.
Lluis nos miraba como diciendo “vaya repaso que os está dando mi mujer, so listillos”.
– ¿Y qué tiene que ver eso con la disociación, mucha gente escribe para evadirse y no acaba…, así?
– En el caso de Bruno parece que así fue. Tened en cuenta que la única esperanza que alguna vez tuvo se esfumó. Esta vida para él era una eterna renuncia o un continuo “No” impuesto desde fuera. Cuando es-cribía Bruno en realidad vivía otra vida, que seguía sin ser perfecta, pero aún mantenía algo de luz.
– El mágico destello de las auroras reflejado en sus ojos. –citó Carlos ensimismado.
– Deseaba y necesitaba tanto que esa vida fuera real que seguramente no reconociera como propia las novelas cuando las encontrara más tarde, ya en Barce-lona.

Un camarero se acercó a recoger educadamente las tazas vacías, y educadamente pedimos otro quinte-to de cafés con leche, al que Marita añadiría un crois-sant. Casandra continuó.
– En Barcelona todo era trabajo, lo que estaba bien porque le evitaba pensar en otras cosas. Se movió mucho, está claro que tenía un objetivo marcado y más o menos un plan para conseguirlo, a costa de horas de sueño. Y, sin embargo, ahí estarían esos folios, palpables o no, recordándole que en realidad eso no era lo que él quería para sí, que aún consiguiendo un puesto bien pagado que le permitiera mantener a su familia, luego estaría atado a él, que se estaba construyendo una hermosa jaula de la que no podría escapar. Necesitamos cierto atisbo de control, y el que Bruno tenía a través de su plan de carrera realmente lo impulsaba un deseo impuesto, sus decisiones estaban en cierto modo guiadas desde fuera. Llegado el momento, la única forma de sacarse esa contradicción de encima fue enajenando sus auténticas pasiones en otro, tal vez un amigo de la infancia real o imaginario, y convenciéndose de que la carrera que había llevado era fruto de sus decisiones.
El camarero llegó con los cafés, Lluis lo tomó sin azúcar y Carlos le pidió su azucarillo, Casandra encendió otro cigarro y ofreció a Marita que lo rechazó con un cuerno de croissant en la boca.
– ¿Y el financiero se separó del escritor, así sin más?
– En resumen sí, pero fue un proceso inconsciente, y esto es importante. Llegado el momento, el Bruno escritor y el Bruno oficinista eran dos personalidades independientes, capaces de interactuar con los demás por separado o entre sí en ausencia de tercero.
– Vamos, como en “El club de la lucha”.
– Algo así, sí.
– Ya, y el Bruno oficinista llegado el momento ¿convenció al Bruno escritor para que publicaran bajo el sello de Cándido Alguersuari?
– Algo así debió suceder.
– Pero aún así la cosa no cuadra. El Bruno de Li-bros sí se reconoce en el oficinista que fue, pero dijo no conocer a ningún Cándido Alguersuari, y pareció creíble.
– Sí, eso es lo más maravilloso de todo, creo que Bruno terminó creando una tercera identidad para Cándido Alguersuari.
– ¿Otra más, pero para qué?
– Supongo que esta vez el mecanismo fue más complejo. En algún momento, Bruno, tras la publica-ción de “Volcanes de Hielo” comenzó a hacer las paces con el mundo. Durante el año en que siguió ejerciendo como financiero en Seix Barral, antes de dimitir, ter-minó encontrando un equilibrio perdido, asumió el compromiso con la familia como algo propio o se gol-peó la cabeza al salir de un taxi, no sabría decir bien qué pasó, pero decidió volver a casa, tal vez simple-mente para darse una segunda oportunidad. Claro, Cándido ya había comenzado a saborear lo que estaba por venir y no le apeteció abandonar tan fácilmente teniendo aún en la recámara las dos mejores novelas del Bruno escritor. El primer año tras dimitir pudo mantener las apariencias ya que Cándido trabajaba a distancia. “La granja del círculo polar” aún no le exigía demasiado. Aún así se sacó dos cursos en uno, proba-blemente dormiría muy poco y esto no suele ayudar en este tipo de trastornos. Luego llegó el premio y la apoteosis de Alguersuari
– Lo que no entiendo es cómo nadie se dio cuen-ta –comenté sin querer interrumpir.
– Suponemos que el mundo sigue girando de no-che –dijo Carlos con una triste sonrisa–, si algo parece funcionar no miramos más allá, si todo encaja para qué preocuparse.
– Exacto –dijo Lluis, al que le había gustado esa alabanza de las apariencias.
– Exacto, sí –continuó Casandra–, y además Bruno, sin ser consciente de ello, se las ingeniaba para que cada grupo de relaciones en el que se movía obtu-viera una sensación de coherencia, que al poner en común se derrumba.
– Como los viajes de trabajo que le contaba al padre mientras volvía a la pensión de Gavá. Aunque bueno, en realidad si eran viajes y era para trabajar como Cándido, así que… –Marita se terminó el crois-sant.
– Sí, cosas así. Probablemente en esos viajes es-cribió el último libro, ya como Cándido Alguersuari, por eso tal vez encuentres algo en el portátil.
– ¿Y por qué no volvió el Bruno escritor?
– No lo sé, tal vez ya había dicho lo que tenía que decir en sus tres primeras novelas, seguramente escenificaría una discusión entre Cándido y Bruno para sí. Pero la cuarta novela es de la estrella mediática, de eso no me cabe duda. En realidad creo que la aparición de Ulrica dio forma tangible a lo que tanto tiempo había echado de menos, y el Bruno escritor se integró con el director de la cooperativa.
– Y cuando la cuarta novela fue un fracaso de crítica encontró la excusa perfecta para hacer desapa-recer a Alguersuari para siempre y dedicarse sólo a su vida real –concluí.
– Sí, algo así. Y una vez integradas las distintas personalidades fueron borradas de su recuerdo.
– ¿Tan fácil?
– Bueno, en realidad no, pero sin relaciones co-munes a las distintas entidades es lo más normal. Re-cuerda su periodo laboral en Barcelona, que es una realidad palpable y coherente con su vida actual. Lo demás, simplemente, le pasó a otros.
– Entonces, según parece, ustedes se han queda-do sin próximo best–seller –no pude evitar la maldad dirigiéndome a Lluis.
– Tranquila, hay algunos fragmentos de futuras novelas en mails, me han dicho que material suficiente con el que que nuestros colaboradores son capaces de componer uno o dos libros más bajo la marca Cándido Alguersuari –dijo Lluis.
– Él no va a reclamar nada, claro –dije.
– Mentalmente, está en las antípodas de Cándido Alguersuari.
– Y legalmente...
– Está estudiado. Tenemos los contratos, tene-mos los originales. No, nadie puede ejercer la acción de autoría en estos momentos.

Ninguno comentó nada más. Carlos fue a pagar los cafés. Casandra y su marido se marcharon al Para-dor o al infierno. Marita subió a ver si encontraba un cargador para el portátil. Yo seguí sentada, el puzle parecería completo, pero seguía viendo piezas de dis-tintos juegos. Estaba el tema del dinero pero, en fin, el caso parecía cerrado.
Carlos volvió guardando el tique en la cartera, me ofreció la mano para ayudarme a levantarme, lo hice, me colgué de su brazo, y le pedí que me llevara a dar un paseo.



(finalizará en Fundido en blanco)


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