Alma negra 5 (El libro del Buen Autor III)

(continuación de Alma negra 4)

Carlos se encargó de organizar el viaje. Marita insistió en acompañarnos, supongo que también le comía la curiosidad por conocer a Bruno Alguersuari. Nos hospedamos en Teruel un día antes del que Carlos había concertado con él. El plan era de lo más sencillote, hacernos pasar por periodistas de Heraldo de Aragón realizando un reportaje sobre cómo estaba afectando la crisis al campo. Marita apostaba a que no se lo iba a tragar. La verdad es que resultaba un poco simple, pero tampoco haría falta mucho más para saber si era o no Cándido Alguersuari, o eso nos dijo Carlos.
Cuando salimos del hotel hacia Libros nos en-contramos con una sorpresa. Casandra nos esperaba en la puerta al volante de un Porsche Cayenne, aunque afortunadamente vestida no de tal. Dijo que vendría con nosotros, que necesitaba observar las reacciones de Bruno. Éramos demasiados. Carlos le pasó las cámaras de fotos a Casandra y le preguntó si sabía usarlas. Casandra asintió.
– Bueno, le hago una llamada al Bruno dis-culpándome de no poder ir, y que le van tres mujeres.
– Menudo madrugón –le dije a Casandra sin mu-chos miramientos– Lo menos habrás salido de Barce-lona a las seis de la mañana.
– No. Llegamos anoche, Lluis y yo. Nos hospe-damos en el Parador.
– ¿Lluis Arias? –dijo Carlos. Era el editor de Al-guersuari.
– Hay una presentación esta tarde en la Casa de Cultura de otro de los autores que él lleva, y hemos aprovechado para venir juntos.
Subimos las tres al Porsche y dejamos a Carlos en tierra, aprovechando con el portátil para ponerse al día con el trabajo atrasado de la oficina.

Bruno Delgado García nos recibió en un austero despachito que tenía en su propia casa, una vieja cons-trucción de dos plantas a la que habían hecho alguna reforma, pero en la que no nos extrañó saber que está-bamos en lo que en tiempos fueron las cuadras. La verdad es que mientras que por un lado sus facciones seguían siendo las del joven estudiante, su expresión no tenía nada que ver con la tristeza que emanaba aquellos años, se le notaba feliz.
La primera parte de la entrevista fue mejor de lo que esperaba, a pesar del directo inicio que procuró Casandra cuando Bruno preguntó.
– Y, ¿cómo han dado con nosotros? Somos una cooperativa pequeña, ya sabe.
– Nos dio la pista Cándido Alguersuari –dijo Ca-sandra mientras fotografiaba al supuesto entrevistado. Bruno ni se inmutó, ladeó la cabeza haciendo memoria.
– Pues no, no me suena el nombre. El único Cándido que recuerdo es un chico de seguridad de cuando trabajaba en el edificio de Planeta en Barcelo-na. Un buen chaval, con más paciencia que un santo, algunos ejecutivos le llamaban Supercan y no a sus espaldas precisamente. El chico sonreía y hacía como que no pillaba el doble sentido. Pero bueno, qué más dará. ¿Comenzamos?
Nada más que por el entusiasmo con el que hablaba, no habría duda de que Bruno había dado un empujón a la cooperativa, a pesar de los malos tiempos que, todos estábamos de acuerdo en ese tópico, vivía el campo. Para superar las inercias y fricciones propias de la reunión de intereses privados, no hay nada como un visionario optimista, y Bruno parecía serlo. Como además parecía ser un gestor capaz, había acabado por ganarse ese respeto mítico que la gente mayor dan a los instruidos, cuando se lo dan, porque lo contrario también es muy habitual: que no se le perdonen las flaquezas que en gente más llana serían disculpables.
Bruno empezó a dar cifras y Marita interrumpió para preguntarle si le importaría pasarle algunos da-tos.
– Sí, claro, aunque hoy está esto que no acaba de arrancar, en cuanto venga Julito y le eche un ojo al ordenador –todo un golpe de suerte.
– ¿Le importa que le eche un ojo?, se me dan bien estos chismes.
Bruno le cedió el sitio a Marita con un por favor. Si aquel hombre era el paranoico Bruno Delgado que se había ocultado tras la fachada de Cándido Alguer-suari, el gesto de confianza no correspondía. Casandra hizo más fotos en ese instante. Cuando Marita consi-guió encender el ordenador se levantó para devolverle el sillón a su dueño. Pero Bruno, que se había sentado a mi lado, le dijo dónde podría encontrar un archivo con un par de tablas y gráficas que podrían servirle, y que podría copiar sin problema. Marita sacó su pen–dirve e hizo varios clicks rápidos. En unos minutos giró el monitor para que pudiéramos ver la carpeta abierta, Bruno le dijo que abriera un archivo y siguió contán-donos apoyado en las gráficas que Marita pasaba.
Le habíamos dicho a Bruno que el reportaje tendría una parte profesional, de números, y otra humana. Llegado el momento de entrar en la parte personal, Bruno insistió en que pasáramos al salón para dejar al gerente aparte y, de paso, nos ofreció un aperitivo. Pidió a Marita, que si no le importaba, mientras lo preparaba tal vez podría echar un ojo a la impresora. Casandra disparó un par de fotos más.
– Señorita, ¿no prefiera que me ponga en algún sitio para las fotos?
– No, tranquilo, preferimos el enfoque casual. Por eso prefiero fotografiarlo moviéndose en su entor-no.
– Vale, pues voy a la cocina a preparar algo, por favor pasen al salón. Y gracias, Marita ¿verdad?, por el abuso. Es que Julito lo mismo viene en diez minutos que esta tarde que en dos días.
Nos quedamos las tres a solas en el despacho sin saber muy bien qué hacer. Casandra hizo fotografías de todo el espacio, aunque en realidad no había mucho que reseñar. Un poster de la comarca al fondo, una estantería metálica con archivadores, la mesa con ma-terial de oficina y el ordenador que estaba siendo es-crutado concienzudamente por Marita.
Yo pasé al salón. Todo sencillo y con espacios muy amplios. Un viejo sofá de piel roja con cojines re–tapizados enfrentado a un televisor culón y un sillón orejero a juego. En la esquina una gran chimenea so-bre la que había hasta ocho fotos de una pequeña valkiria. En la pared del fondo unos largos maderos a modo de estante albergaban una amplia colección de películas en VHS y DVD Bruno me pilló curioseando los títulos.
– ¿Le gusta el cine?
– Sí, la verdad es que sí, es mi pasatiempo prefe-rido.
– ¿No lee? Aquí con la chimenea y el sillón ore-jero parece pegar bastante un buen libro.
– No, que va, nunca me gustaron los libros, re-quieren demasiado tiempo. Además de los buenos sa-can película. El sillón es más para mi padre, vive un par de casas más arriba con mi hermana, que está en silla de ruedas. Aunque pasan aquí bastante tiempo, me ayudan con mi pequeña. –Cogió una foto de la chimenea– ¿Es guapa, verdad? Pero qué va a decir un padre.
– Sí, y muy rubia. ¿Cómo se llama?
– Ulrica. Su madre era noruega. Murió hace... año y medio, desde entonces la niña vive conmigo.
– Perdone, lo siento mucho, yo…
– No, tranquila, no podía saberlo.
– ¿Ha vivido usted en Noruega?
– Conocí a Berta en Zaragoza. Erasmus debería ser el padrino de Ulrica –un fogonazo de flash dio paso a Casandra.
– Disculpe, pero esa foto tenía que tomarla. –Bruno asintió y dejó el retrato en su sitio.
– Bien, siéntense ¿Qué quieren para beber, tengo un vino blanco buenísimo y oreado? –Fue a por las viandas y volvió con Marita de ayudante trayendo las copas.
El relato de su vida fue dando saltos del presente a distintas zonas del pasado, confirmando lo que ya sabíamos de él y las sospechas que teníamos. Casandra siguió tirando fotos y soltando alguna frase que ninguno pillábamos y a las que Bruno contestaba como podía. Sin mayor éxito volví a sacar el tema de la pequeña, su madre fue una estudiante que Bruno conoció en Zaragoza, la típica historia con más o me-nos azúcar, por otro lado, pero con el resultado de unos profundos de ojos verdes que Berta, estudiante de químicas, ocultó a Bruno sin que nadie llegara a saber nunca por qué.
Al rato llegó la pequeña Ulrica de la mano de su abuelo. El señor Delgado se sorprendió, según sus propias palabras, al ver tanta mujer guapa por allí. Pronto envió a su hijo a por más que picar, guiñando un ojo a Casandra y soltando por lo bajo que así podría el disfrutar un ratito de nosotras a solas. La niña des-apareció con su padre en la cocina de la que llagaba un cantarín acento del norte al que se le escapaban pala-bras de su lengua materna.
– O sea, que del Heraldo. Pues sí que trabajan mujeres allí. ¿Qué pasa con el amigo de Bruno, que no se echa novia todavía?
– Seguro que pide demasiado –dijo Marita des-pués de que las tres nos quedáramos mudas del susto.
– ustedes son felices aquí, ¿verdad? –dije yo a modo de capote, y aprovechando para dar cuerda de la misma manera que el psicoanalista le dice al paciente: cuénteme.
– Ahora lo somos. Si nos hubieran visto cuando murió mi mujer y mi hija hace nueve años... Bruno ha peleado mucho, se ha matado a trabajar. Y está mal lo que voy a decir, pero Ulrica ha sido un ángel para no-sotros, aunque haya venido por la desgracia de perder a su madre. Parece que con ella han empezado a salir las cosas, ha sido una suerte lo de la cooperativa y Bruno no tiene que viajar tanto.
– ¿Conoció usted a la madre de Ulrica?
La pregunta se perdió. En ese momento volvió la pequeña de la cocina y nos preguntó con su gracioso acento, de parte de su padre, que si nos íbamos a quedar a comer, que había asado para cuatrocientos. Marita se nos adelantó y aceptó por las tres. La niña avisó con un grito de guerra vikingo a su padre y dio un beso al abuelo antes de salir corriendo a por su tía.
Marita disfrutaba de lo lindo, Casandra parecía también satisfecha. A mí la situación me resultaba de lo más surrealista, pero estaba claro que terminaría-mos de conocer bien a la familia. Intenté llamar a Carlos para avisarle pero el móvil no tenía cobertura. Bruno me invitó a usar el teléfono del despacho. Me senté en su sillón y mientras esperaba a que Carlos contestara curioseé un poco por los cajones del escritorio. Nada, carpetas y papeles, cuentas y previsiones. Mientras le contaba a Carlos paseé la vista por una de las estanterías.
Desde ese ángulo pude ver que los archivadores de una de las baldas no estaban a ras de pared como las demás. Colgué y me acerqué a mirar. Había un ordenador portátil, un viejo Compaq de quince pulgadas con una esquina parcheada con cinta aislante roja. No me resistí a cogerlo y encenderlo. Fue inevitable que Bruno me pillara.
– Oh, perdone, no quería molestarla, ya ha llegado mi hermana, en cuanto esté lista comenzamos a comer.
– Sí, sí… Ya voy. –Me quedé blanca, era imposi-ble que no hubiera visto que el portátil era su portátil, la cinta roja lo identificaba sin lugar a dudas.
– Si necesita conectarse a internet, coja el cable de mi ordenador, pero por favor déjelo luego conecta-do, es que soy negado más allá de lo mío.
– No, gracias, no será necesario –cerré el orde-nador–, ya terminé –y me marché con él.
Definitivamente Bruno no reconoció como pro-pio aquél ordenador. Es más, cuando tras la comida familiar y la extensa sobremesa nos despedíamos parea marcharnos, mandó a la niña a por él. Marita casi se cae de la impresión al ver como la pequeña me lo en-tregaba y yo disimulaba haciéndome la olvidadiza. Casandra, sin embargo, parecía esperar algo así y no paró de hacer fotos. Bruno le pidió una posada, de la familia en la puerta de casa, para él. Casandra sonrió y tomó esa foto prometiendo enviarla.



(continuará en Alma negra 6)


Descarga gratuita la novela completa: El libro del Buen Autor

Aviso Legal

A los efectos de cumplir los requisitos de información indicados por la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información, se incluyen los siguientes datos del Administrador: Contacto:PierreMenardAutor@gmail.com. Se avisa que, según la LSSI (Art. 16) cualquier solicitud de retirada de contenidos habrá de ser ordenada por la autoridad judicial competente. Sólo se admitirá conocimiento efectivo de una solicitud tras la recepción de la orden judicial correspondiente. No se atenderán, con carácter general, peticiones de retirada de contenidos hechos a título individual, si bien se considerarán peticiones de modificación si están debidamente justificadas. Ningún cambio, retirada o modificación de información habrá de ser interpretado como asunción de culpabilidad, explícita o implícita. El contenido del blog bastardosdepierremenard.blogspot.com se considera protegido por los derechos de libertad de expresión e información, tal como recoge el Artículo 20 de la Constitución. Las entradas y comentarios vertidos en él serán responsabilidad única de quienes los escriban. El administrador de esta web declina cualquier responsabilidad a tal efecto. La capacidad técnica a disposición del administrador en cuanto a la posibilidad de modificar o eliminar comentarios no debe en ningún caso entenderse como aceptación, aprobación o respaldo de tales comentarios. Así mismo los contenidos de los blogs y enlaces son responsabilidad de sus creadores y su enlace no debe en ningún caso entenderse como aceptación, aprobación o respaldo a tales contenidos. No se guardarán datos personales de las personas que contacten conmigo por email u otros medios, salvo los datos de contacto (número de teléfono, dirección e-mail), que no serán cedidos a terceros bajo ninguna circunstancia. Si desea usted oponerse a tal tratamiento, basta con que lo indique en su mensaje, o bien con posterioridad en la dirección de contacto aportada. Noviembre de 2009